jueves, 8 de abril de 2010

Emigración.

Información Jerez Febrero de 2002

Pedro y Juana eran prácticamente dos adolescentes cuando decidieron emigrar, Se decantaron por una emigración descafeinada, decidieron marchar a Madrid, capital del reino, por aquel entonces una dictadura atada y bien atada, según predijo más tarde alguien. Allí el empleo consistía, en la mayoría de los casos, en trabajar como camarero o pinche de cocina en cualquier bar. En casi todos los establecimientos del ramo exponían, con vista a la calle, letreros solicitando dicha mano de obra.

Tan pronto llegaron a Madrid consiguieron trabajo, él como ayudante de cocina en un bar y ella trabajando por horas en labores del hogar; o sea, limpiando suelos, planchando, repasando ropa, etc. Bien es verdad que entonces no existía, me parece, ninguna forma subsidiaria de garantizar, aunque fuera de forma circunstancial, las habichuelas. Por ello, entre otras razones, esos trabajos lo desempeñan actualmente ecuatorianos y marroquíes. Después, mas tarde, los españoles nos fuimos alejando hacia Francia, Alemania, Bélgica... aunque para vergüenza nuestra, según dicen, en los hiper alemanes el único letrero escrito en nuestro idioma decía “Prohibido robar”.

Los hijos de Pedro y Juana están ya casados. Pero ninguno con madrileños, curiosamente sus cónyuges son extremeños, gallegos y castellano-leoneses. Viene a demostrar, entre otras cosas, el alto porcentaje de ciudadanos inmigrantes, procedentes de otras regiones, que existe en Madrid. Los nietos son ya nacidos en la capital de España. A pesar de ello todos, absolutamente todos, incluso estos últimos añoran vivir algún día en la tierra de sus antepasados. Ellos no han conocido ningún drama escénico donde la desnutrición fuese principal interprete de la muerte por hambre. Siento dolor y mucha vergüenza tener que emplear esta maldita palabra.

Los “pibes” argentinos, en cambio, escuálidos y desnutridos mueren, y hacen que me sienta ciudadano del mundo, responsable: confuso y turbado por haber dado lugar a tan tamaña y absurda fechoría. El poder supremo y absoluto de unos pocos, la evasión de capitales de estos oligarcas fuera del país, han sido principalmente la causa que ha llevado a la ruina un país rico y autosuficiente como siempre fue Argentina. Fue un país que recibió durante muchas décadas inmigración española, allí íbamos a hacer las "américas" y muchos ahorraron “plata” suficiente para luego morir de una forma digna acá. Hoy han cambiado las cosas. Por eso quiero dar a nuestros jóvenes este mensaje: que nunca consientan “roldanes” y acciones que lleven a nuestro país a la hecatombe económica. Deben de tener castigo perpetuo hasta tanto no restituyan el dinero robado.

No fue que digamos muy generosa la vida, allá por Madrid, con Pedro y Juana, allí tampoco ataban los perros con longanizas. Pedro murió en la capital del reino, hoy nunca mejor dicho, pero su mujer merced a un “dinerito” que tenían ahorrado compró en el camposanto de Jerez el “sitio” preciso para dormir el sueño eterno. En la lápida han dejado el espacio suficiente para escribir, cuando llegue el momento, el nombre de Juana; ahora es su sueño. Dos inmigrantes que no hicieron fortuna, es verdad, pero encontraron un trabajo con el que sustentar a su prole. Pedro no murió en las aguas del Estrecho en pos de un paraíso que, como ellos, tampoco encontró.

El estómago fragua de males.

Información Jerez Febrero de 2004

Antes, hace ya algunos años, el pan era pan, el yoghourt era chipén sobre todo cuando se vendía en farmacias para arreglo intestiinal, y entre otras muchas cosas el vino era vino, a pesar de las histaminas.. Pero con el transcurrir del tiempo con el único propósito de vendernos mejor la moto la leche es bastante más copiosa en calcio y no sé cuántas vitaminas más, el pan lo es de múltiples calidades, procedencias y formas y, por si fuera poco, los yogures son bióticos que nos defienden de puta madre de los agentes externos. Además, según dice la promoción, comprobado científicamente. Lo que no nos aclaran es de qué comprobación docta nos hablan. Lo cierto y seguro es que uno, aparte de verse imbuido en una sociedad consumista adquirimos unos hábitos alimenticios que me parecen no conducen a nada bueno. Otro tipo de comunicación informativa nos lleva a dejar a un lado la carne de ternera, por aquello de las vacas locas; la de pollo, por la gripe asiática; y por si faltara poco la sabrosísima carne rosa de salmón nos dejan entrever que se puede comer pero con precaución, no más de dos veces por quincena.

Pongo pie en pared y comento con mi parienta que de la graná ni un grano; o sea, nada de ternera, nada de pollo, lo mismo con el salmón, y de lo otro también ná de ná, que ya uno es mayor para morir de sobresaltos indeseados. Llego a la conclusión que nada, absolutamente nada, de lo que hoy el mercado alimenticio nos ofrece es bueno, sano y puro. Las naranjas las ponen rojas basándose en productos químicos, las patatas una vez que se mondan se ponen negras como consecuencia de los nitratos y no sé cuantas porquerías más, no existen verduras y frutas del tiempo; casi todo es transgénico y se cultiva durante las cuatro estaciones del año. Lo cierto es que uno enferma cada dos por tres y cuando los galenos no dan con lo que uno tiene o no encuentran la justificación de nuestros males resulta que es consecuencia de un virus. ¡Tócate allí!

Se investiga y se lucha sin cuartel contra el cáncer. Es cierto, pero no puedo estar de acuerdo porque todos los pájaros comen trigo y la culpa siempre al gorrión, o sea, al tabaco. Casi nunca tiene la culpa las hamburguesas, los desoxidantes, conservantes, colorantes y tunantes, también mangantes que nos dan cada dos por tres sopa con honda. A lo sumo suelen justificar la obesidad como un mal nacido de la civilización y de los pueblos desarrollados. Ha llegado el momento, repito, que no pruebo bocado de pollo, ni ternera, ni ná de ná, tampoco yogur (que caducados hace diez días se pueden “comer”, os lo aseguro). Como diría la Pantoja de Puerto Rico ¡Y eeeessooo! Pues debido a la química.
En cuanto al vno, que me perdonen aquellos químicos que aseveran que las histaminas son malas. Mire usted y un jamón con chorreras. Eso sí que no lo consiento al vino ni me lo toquen, dejarlo con sus histaminas y todas sus cosas que la única observación que hago es de beberlo con moderación y sentido común, como suele catarse por esta bendita tierra de María Santísima. Algo debe de tener, digo yo, cuando el sacerdote lo bendice y con el rezo del Ángelus, llegado el mediodía, aparte de abrir nuestros corazones a Dios, nos invita a que es una hora primordial y esencial para degustar el primer chupito y pedir con fe –la que al arriba firmante le suele faltar muy a menudo- por la paz del mundo. ¡Ah! Y por nuestros estómagos.

¿Desesperación o...desesperanza?

Información Jerez Diciembre de 2003

No entiendo a los políticos, tampoco a los que no lo son; no entiendo a nadie, solo yo me entiendo. Dejadme en mi soledad, solamente quiero el calor de los míos, de mis amigos, y poco más. Deseo vivir tranquilo, en paz, y en la compañía de un libro, con eso tengo bastante y, aunque no me sobra ningún escritor, puede que me sobren los poetas que, como tales, tampoco los entiendo, no me gusta su abarrocado lenguaje lleno de insólitas metáforas y retorcimientos sintácticos, detesto lo ininteligible, aborrezco a los que quieren expresar algo pero por temores ocultos solo dicen medias verdades, no dicen nada; delatan pero no rotulan nombres..

Soy eterno agradecido de los que con su obra me hicieron y me hacen feliz: Cela, Pérez Reverte (Arturo), Umbral; y Caballero Bonald –entre otros muchos- que ojalá se prodigara más en su obra, pero no soy nadie –aunque como lector le requiero- para exigir al eminente literato más dedicación o, tal vez, deseo de hacerlo. Solo él conocerá los motivos por los cuales no lo hace. Personalmente no creo en la inspiración, aunque sí en la disposición.

Me repelen aquellos que por adquirir notoriedad envían tropas a la guerra, y a los que por causa de ellas o cualquier otras desgracias machacan y aplastan con la palabra fácil -aún más, si cabe, que los tanques en cualquier batalla- desde el atril plural de la democracia a los que tienen que tomar decisiones impopulares pero convenientes. Maldigo a los que, por ser injustos y retorcidos, logran arrancar de mis labios blasfemias; los que por su condición de políticos logran para ellos hermosos sueldos; a los tránsfugas; a los que consideran la política una profesión y no dan nunca el paso atrás para dejar un lugar a nuevas generaciones. También a los que consienten esto y admiten el trapicheo desde el corazón de los partidos políticos.

Aborrezco los malos sentimientos, la falta de caridad con el prójimo, a los que consideran el drogadicto como un delincuente y nunca un enfermo. Compadezco al alcohólico; a los que no tienen trabajo y tienen que mendigar; al inmigrante -clandestino o legal, me da igual- nunca debió de tener motivos para abandonar a los suyos y sepultarse, como la gran mayoría, en los mares y océanos. Detesto a los cofrades que presumen de que “su Cristo” es más milagroso que aquellos otros “titulares” de otras Hermandades. Me desesperan los que aman la música pero solo la cofrade. Doblegan mi escasa fe los que incumplen el “no matarás”, aquellos que asesinan a sus mujeres y luego se quitan la vida. Me pregunto por qué los muy asesinos nunca alteran el orden de ejecución.
Es verdad, estoy abatido por estas y muchas otras causas. Creí siempre que llegada cierta edad soportaría los juicios críticos hechos a la ligera, sobre todo en fútbol, y muy especialmente en el mal llamado mundo del corazón, donde los que conceptúan y dictaminan son aún más sinvergüenzas que los propios sujetos motivo del análisis. Quisiera evadirme, quisiera –de verdad os lo digo- que me importara un carajo todo esto- pero no logro el propósito de conseguir una paz estable. Busco manos abiertas y solo encuentre puños. ¿Desesperación o desesperanza? ¡Qué importa! Una cosa es bien cierta, lo dijo Marco Valerio Marcial ”El verdadero dolor es aquel que se sufre sin testigos”.

Después de la verdad no hay nada más bello

Información Jerez Noviembre de 2003

Cuando paseo por esta hermosísima ciudad, como es nuestro Jerez, padece uno ciertas nostalgias de tiempos pasados. Es cierto que Jerez no es ni una sombra de lo que fue, bien entendido que se ha transformado en una ciudad moderna pero, también, justo es reconocerlo aquellos barrios, vestigios de otras civilizaciones, mantienen igualmente su encanto y, sin dudarlo un momento, somos mucho más respetuosos en la conservación del patrimonio arquitectónico, histórico y cultural. Para muestra basta un solo botón; quiero decir que en el transcurso del tiempo hubo sus excepciones. En pleno siglo XX, mediado éste, allá por los años cuarenta, presencié como se derrumbaba un lienzo de muralla –parte de la actual existente en la calle Muro- para la construcción de una Residencia Militar; hoy convertida en hotel castrense

Está claro que la vida evoluciona y lo que antes fue una muralla para defensa de los ataques externos, no hay por qué destruirla, por obsoleta, una vez que estimemos innecesaria al fin que se había propuesto, mucho menos siendo una obra que contemplaba varios siglos de historia, y que incumbe no solo a los jerezanos sino, incluso, a los del mundo; sobre todo ahora que se trata de globalizar y universalizarse todo, y que ciudades enteras son declaradas Patrimonio de la Humanidad.

En el aspecto económico pasa tres cuartos de lo mismo, aunque bien es verdad que con muy honrosas excepciones. Lo que no hace mucho fue un emporio de riqueza y fuente de ingresos; por tanto de prosperidad, hoy se encuentra totalmente abatido y hundido. Me estoy refiriendo a las bodegas, más concretamente al vino de Jerez. Era el buque insignia de nuestra economía pero que llegados los años ochenta pasan de moda y su lugar lo ocupa otras bebidas, de origen extranjero, como el güisqui. Todo, en gran medida, merced a un trabajo excelente de promoción a pie de barra o a la contratación de personajes populares, cual fue el caso de Imanol Arias, para hacernos desplazar la imagen rancia, por un lado, de nuestros abuelos con una copa de balón saboreando brandy y adentrarnos en esa otra perspectiva de beberlo como si fuera whisky

Se conservan, eso sí, los bienes inmuebles, los conocidos cascos de bodega, pero de la gran mayoría de ellos ya no emana el aroma inconfundible del jerez que acumulaba en sus entrañas. Este placer, al pasear por los barrios antiguos, se nos sirve a cuentagotas como si se tratara de una dosis medicinal para sanar a nostálgicos. Recuerdo aquel eslogan publicitario que refiriéndose al fino Tío Pepe lo asimilaba con un “sol de Andalucía embotellado” (Pérez Solero). Sigo pensando que “el sol es la medicina universal de la farmacia celestial” y, también, ahora que tanto se habla de lo que hace y no hace daño y de lo que se debe de comer o beber a fin de evitar problemas con el colesterol o los triglicéridos que nada es “veneno”, todo es veneno: la diferencia está en la dosis que se emplea.
En fin, creo que no nos debemos de apenar ni por el lienzo de muralla destruido, menos aún por aquel hotel derruido en pleno Alcázar, tampoco por algún que otro casco de bodega reconvertido en discoteca o salón de celebraciones. En todos los casos aparecieron tras de sí nuevas concepciones de vida y prosperidad. Esta es la verdad, la única verdad, y como ella no hay nada más bello.