martes, 9 de marzo de 2010

Antonio Delgado Andrades.

Con su muerte se han marchado los episodios más importantes de mi vída: niñez, infancia, adolescencia , juventud; de adulto, nuestros encuentros solo fueron casuales. Pero el afecto perduraba Se fue en silencio, ni más ni menos como el mundo que lo rodeaba. La última vez que le ví me dijo , no sin cierta socarronería, que leía mis comentarios en la prensa y que eran el vehículo que propiciaba saber de mí y mi forma de pensar. Mi buen amigo Antonio se fué sin decirme adiós, seguramente sabía que era un viaje sin retorno o quiso dejar, pendiente de mis creencias, ese otro encuentro postrero y definitivo.

A pesar de todo como me imagino que seguirás leyendo desde donde quiera que estés estos artículos de opinión, sabrá de mí y de esas circunstancias que no propiciaron nuestra despedida. La vída, querido Antonio, siendo una mierda no me explico como es tan bella. No fuiste aquí en la Tierra un hombre insigne, ilustre, ni destacado en la sociedad. Tu sabes que esos parámetros con los que se suelen medir a las personas me importan un huevo. Fuiste mi mejor amigo y eso me basta para traerte conmigo hasta aquí, retenerte, y hacerte un pequeño homenaje, siquiera para recordar juntos nuestra niñez en la calle Juan de Torres, inicio y fin de tu existencia.

Estoy seguro que verás a mi hermano Alfonso, dile que le sigo queriendo mucho. Supongo que le echarás la bronca, le pasó lo mismo que a tí, se marchó sin decirnos adiós. Tu recordarás que estuvistes en casa como consecuencia de ello y no creías lo que te había hecho el “camellín”. Vaya faena que me habeis hecho los dos.

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