lunes, 22 de marzo de 2010

Un cubano a la vieja usanza.




Información Jerez Enero de 2004.
Hace unos días se ha conmemorado por distintos puntos de nuestra geografía los cien años del nacimiento de Antonio Lugo Machín; hijo de padre español, mas concretamente gallego, y madre cubana. En el mundo musical de su época alcanzó la fama con el apellido materno, o sea, Machín. Solo el hecho de recordar su nombre y la musicalidad de sus boleros hace que uno sienta, en ciertos momentos, un sincero agradecimiento; más bien diría un profundo reconocimiento y correspondencia obligada por tan felices momentos como nos hizo pasar dentro de un contexto de aquella España franquista. Sin duda Antonio Machín fue un personaje irrepetible que dejó huella imborrable, indestructible, por todo el mundo principalmente en España y muy particularmente en Andalucía.

Machín fue triunfador en muchos escenarios internacionales donde podemos incluir los propios de La Habana, París, Londres, Nueva York, Roma, Madrid, Barcelona, Bilbao -entre otros muchos- sin olvidar, claro está, su querida Sevilla donde precisamente reposan sus restos mortales. Vienen a mi memoria canciones que son inolvidables como “Dos gardenias”, “El manisero”, “Angelitos negros”, “Madrecita”... En fin, toda la obra de Machín, que no es corta, y el propio interprete se bastan para perfilar la España de aquel entonces, donde todo un país y los recuerdos musicales y familiares tienen hoy, ya que pasó todo, una capital importancia por lo que tiene de bravura e intrepidez para poder salir –como así fue- de los múltiples inconvenientes.

Poner a girar en cualquier tocadiscos aquellas viejas “placas” de pizarra, o nuevas versiones en "cedés" hace que aquellos inmortales boleros hagan desfilar por delante de uno añejos recuerdos y toda una forma de entender la música –y también la vida- que va desde las postrimerías de 1939 hasta 1977. Son treinta y ocho años que mal contados vienen a representar algo más de la mitad de los años vividos por el arriba firmante y aquellos que, como yo, sentimos, a pesar de las muchas calamidades pasadas, un amasijo de nostalgias sublimes. Tal vez será por que todo fue en nuestra juventud. Ya se sabe, cuando uno es joven no siente vergüenza de nada, y aún menos, miedo.

Tan solo un día enmudeció Antonio Machín –y no me estoy refiriendo al día que murió- fue aquel de la explosión de Cádiz. Si mal no recuerdo un 18 de agosto de 1947 y que estaba prevista una actuación del cubano en el célebre “Cortijo de los rosales” donde cada año se reunía una colonia de veraneantes pudientes, principalmente procedentes de Sevilla y Córdoba, también del país vasco, que con sus virginales chaquetas blancas, eran la envidia de medio mundo, sobre todo de un servidor que por aquel entonces tenía dos hermosísimas velas de moco. Ahora veraneo pero no doy envidia a nadie. Aquel fue un veraneo de garitas de mimbre, bocas de la isla y cangrejos morunos, como siempre. Pero de cielo rojo y mar azul y de Rodríguez de Valcárcel, falangista a la sazón no recuerdo si gobernados civil o Alcalde de Cádiz. No recuerdo, entonces yo debía de tener trece para catorce años; un crío.

La provincia entera enmudeció, también lo hizo Antonio Machín, un cubano a la vieja usanza que a los sones de sus boleros me enamoré por vez primera.

No hay comentarios: