lunes, 22 de marzo de 2010

Un Pregonero de altura.

Información Jerez Enero de 2003

Recibo con una gran alegría la designación de Andrés Cañadas Salguero como la persona encargada de llevar a buen puerto el Pregón del Rocío 2003. A buen seguro que su Pregón pasará a la historia y dejará ese regusto que dejan las cosas bellas entre los rocieros que durante los 365 del año rezan, invocan y esperan con impaciencia las fechas cercanas a la venida del Espíritu Santo, tras la Resurrección del Señor, ansiosos por hacer el camino y reencontrarse y postrarse un año más a los pies de su Blanca Paloma. También hará felices, seguro, a aquellos otros que como el arriba firmante elevan sus pobres y titubeantes oraciones a distancia; como estudian los universitarios de vocación tardía. Estoy seguro que el nombramiento ha sido acertadísimo entre otras razones porque Andrés a pesar de su juventud ha ido acumulando muchas vivencias, lecciones al fin y al cabo, que solo los libros de texto de la vida suelen otorgar.

Andrés no tenía aún uso de razón y ya iba al Rocío, lo hacía, como es de suponer, de la mano de sus padres -Andrés y Carmen- a los cuales por cierto envío desde aquí un beso. Es decir, el Pregón de este año en La Concha puede ser un excelente tónico para abrir el apetito de aquellos inapetentes que nunca, por más que lo intentaron, saben explicar qué es el Rocío. De “algo que no se puede explicar” pasaremos a conocer un gran compendio de acertadísimas razones, argumentos y exposiciones capaces de tenernos embelesados y llevarnos al glorioso convencimiento de que el Rocío es algo más que la “juerga”, las sevillanas rocieras y el vino.

He de confesar que nunca fui rociero, ni lo soy; aunque siempre sentí inquietud por hacer el camino. Entendí, tal vez por mi irrefrenable espíritu festero, que se debía de pasar de puta madre alrededor de una candela en compañía de los doctores La Ina y Tío Pepe y, como no, bajo los acordes acompasados de una guitarra por sevillanas. Pero nunca hice ese camino tan deseado, el trabajo nunca me lo permitió, porque eso sí, fui un currante que rayaba en la esclavitud. Ahora que tengo tiempo de sobra es algo tarde, primero, porque mi fervor mariano ya no me permite esas ligerezas e irreflexiones para combinar cachondeo y fervor; segundo, porque mi espíritu aún joven es aventajado por los años y tengo que estar junto a mi compañera de toda la vida, que no anda muy buena. Andrés, hijo, pide a la Virgen por ella, que a ti te va a hacer mucho más caso que a mí.

Tuve la gran suerte, yo diría la gloria o el honor, de haber conocido la antigua capilla que se derribó allá por los primeros años de la década de los sesenta. No me atrevo a catalogar este hecho que, ya digo, sin ser rociero (que no quiere decir que no sea devoto de la Virgen del Rocío) siempre he considerado que fue una ligereza; más bien un irreflexivo acto. Aquella capillita debió de quedar ubicada dentro del actual templo, como una reliquia, al amparo y abrigo de las inclemencias del tiempo; huella perenne de la devoción mariana de nuestra Andalucía. En fin, ya no tiene remedio.

Andrés, hijo, que todo tu saber rociero, que es infinito, sea iluminado por El Pastorcito Divino y logres un Pregón acorde con tus creencias y, cosa muy importante, con los exquisitos y ejemplares comportamientos con que siempre has tratado la romería y su Excelsa Señora. Otro beso para ti y tu esposa Eva.

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