Nací en el Barrio de Santiago, en la calle Juan de Torres y me bautizaron en la pila bautismal del templo Santiago el Mayor. Pero he aquí mi desilusión en gran medida, puesto que no me pude casar allí debido a que dicha Casa de Dios -parroquia por aquel entonces- estuvo cerrada al culto por obras de rehabilitación no sé cuantos años; muchos. Así que tuve que hacerlo en San Mateo, lugar donde en verdad correspondía por pertenecer la novia a aquel distrito parroquial, allí se bautizaron mis hijos y se casó Antonio. Con el transcurrir de los años nuevamente se abrió al culto la iglesia de Santiago, remozada aunque también mermada de determinado mobiliario artístico como fueron los asientos del coro que circundaban la parte posterior del Altar. Parece ser que se aprovechó la oportunidad para hacerlo llegar al convento de La Cartuja lugar de procedencia y que no sé por qué regla de tres se encontraban en la sede de Nuestro Padre Jesús del Prendimiento, tan querido por todos los vecinos de dicha antigua parroaquia.
Estuvo abierta un tiempo no muy generoso para la actividad eclesiástica cuando nuevamente hubo que cerrarla, incluso cortar la calle Merced al tráfico rodado ya que podrían dañarse aun más las estructuras afectadas del templo. No entiendo la permisividad nuevamente de circulación rodada por calle Merced cuando aún no se finalizaron las obras. El desvío por calle Muros, que no enojaba, dejó de prestar servicios. Tal vez solo trastocaba el de los autobuses urbanos que fueron desviados por calle Taxdirt. Sea como fuere no queda muy claro cuando estarán listas las obras de acondicionamiento de la iglesia de Santiago. El joven y magnifico periodista Francisco C Aleu, en un amplio y detallado trabajo en el diario Viva Jerez, edición del pasado Lunes, explica muy bien los avatares del lugar, por si apetece una información completa sobre los “porqués” de una ya muy dilatada paralización de las obras.
Explico, aunque a grandes trazos, todo esto ya que calculo que un tercio de los años de mi vida he tenido que vivir sin mi iglesia parroquial a la que todos sin excepción de los nacidos y bautizados en ella sentimos un amor y sentimientos infinitos. Allí estaba el oratorio donde las plegarias por los desaparecidos en tiempos de la guerra civil; donde se lloraba y se pedía a fin de una multiplicación de panes y paliar tanta hambre; medicinas y asistencia para los tuberculosos, para los afectados de pleuresías; se pedía trabajo, se pedían tantas cosas que con los años fueron concedidas que uno no se explica cómo hoy tantos hombres (políticos) dedicados a que esto no ocurra más, tiran el dinero a manos llenas, paralizan el crecimiento a tenor de la carestía de la vida de los emolumentos de las pensiones. Y permiten al amparo de una crisis global, de la que han salido ya muchos, regresar al pasado. Me entristece tanta pobreza, me hunde a la par que me alegra la caridad de los comedores para gente pobre. Mi Iglesia de Santiago, que pena, testigo de excepcionales fervores. Cuántos feligreses que ya no viven allí desean recogerse al cobijo de sus piedras centenarias. En mis oídos aún los ecos de las voces misioneras.
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