lunes, 15 de febrero de 2010

Un futuro pobre, con causa.


"Información Jerez" Enero de 2002

Aún se ven por las calles a personas con aspecto deslustrado, sucios; sobre todo jóvenes. Es la consecuencia de las drogas, también hay situaciones sociales de una dureza sin límites donde precisamente el aspecto exterior de la persona no se corresponde con el drama interior que sufren. Cada cual vive como puede y sus condiciones son aquellas que el propio sujeto buscó. El drogadicto, en el mejor de los casos, atempera y dulcifica su abstinencia con la metadona; el vago profesional busca en la solana de cualquier rincón el calor que una cruda noche de invierno le despojó; el borracho consigue unas pesetillas para la “litrona” que alivie su resaca; el estafador, a pesar de su honorable aspecto, al descubrirse sus irregularidades pierde su empleo y se refugia en una cadena interminable de ayudas y prestaciones sociales...

Algunas mañanas acudo a la consulta médica. Voy en busca de las recetas para los medicamentos que alivien los achaques del arriba firmante. Allí me encuentro algunas veces con una pareja muy dispar en su aspecto físico, ella es muy pequeña y tiene una cara muy caricaturesca –yo diría de ratita- está en un estado muy avanzado de gestación. Su compañero es alto, de una complexión muy fuerte, sin ser obeso puede pesar más de cien kilos, vive adormilado, cuantas veces lo he visto tiene en boca la queja constante y eterna de no haber dormido lo suficiente.

Con las pestañas de sus ojos a medio camino; o sea, medio cerrados, medio abiertos, preguntó a ella si aquella noche había sentido en su vientre las pataditas del bebé. Fue un preocupante y responsable gesto de paternidad. Ella le cogió una mano y la acercó hasta su pequeño pero voluminoso vientre. ¿Lo oyes? – No, fue la respuesta. ¿Y ahora? Le preguntó cambiado la mano de lugar. Tampoco, contestó. ¡¡Coño estás dormido!! El compañero gigantón no se alteró, estiró las piernas hacia delante dejando escurrir las posaderas hasta el borde anterior del asiento y la nuca sobre la pared hasta quedar prácticamente tumbado y dormido. Le despertó la campanita que avisaba su turno.

Creo, a pesar de todo, que hoy en nuestra ciudad no pasa hambre nadie, cosa que serena mi preocupante forma de ser acerca de estos temas. Todo, gracias a instituciones y entidades, tanto civiles como religiosas. Mi paso diario, como peatón, desde casa al centro de la ciudad transcurre por San Lucas y las monjas de El Salvador. Allí concurren todos los días el drogadicto, el borracho, el vago, el estafador, el parado... Toda esa masa inerte que en la mayoría de los casos se siente feliz, que maldice su escenario de vida y condiciones, pero que en verdad no hace por remediar.

Esperan todos a que abran las puertas del comedor. No todos aguardan el momento de igual forma, cada cual lo hace de distinta manera, todo depende de su status social anterior, aunque el actual sea común a todos. Los pobres de solemnidad, los que padecen esta situación con una muy triste “veteranía” lo hacen en cola; otros, la gran mayoría, sentados en el suelo pasando la “litrona” de boca en boca en un gesto de amistad y solidaridad; hay quien espera a medio camino, allá en la esquina, alejados, vistiendo chándal de deportes y llevando un macuto donde disimular la vergüenza de un pan nuestro de cada día, no sudado, para llevar a casa. Posiblemente sea aquel que por haber vivido con signos aparentes de una más alta categoría social entretuvo un dinero que no le pertenecía.

También estaba la pareja de aspecto dispar, saciado él en parte su eterno sueño, ella espera llevar al estómago algo que a la vez lleve vida al bebé que lleva en sus entrañas. Pobre mío, será un nuevo necesitado... con causa.

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