"Información Jerez" Febrero de 2003
Desde que se encendió la luz verde para la utilización del remozado Estadio Chapín el arriba firmante, como buen aficionado que cree ser, acude cada jornada a presenciar el partido correspondiente. Mi presupuesto dinerario no me ha permitido esta temporada excesivos dispendios económicos, así es que con una módica cantidad de euros he cubierto esta necesidad –digo bien, necesidad- puesto que en fútbol, sobre todas las cosas el árbitro, nos facilita la oportunidad para desalojar humores malignos de nuestro interior. Se descarga adrenalina aunque, eso sí, más o menos como un coito interruptus, en el momento justo de lanzar el semen maligno en forma de blasfemia, se contrae uno y se sustituye el gustazo pleno por un “me cago en... peneque el de las tortas”. Y punto.
Esta pasada jornada, como otras, he presenciado el partido desde la lontananza del Fondo Sur, muy cerca de aquellos que desgañitan sus gargantas con cánticos, no gregorianos, por supuesto, que una veces aupan y llevan en volandas al equipo de casa y otras con una letanía interminable de exabruptos, machacan y muelen al guardameta visitante; sobre todo en los saques de puerta. Bueno, pues en este ambiente y colorido especial he redescubierto el fútbol de mi adolescencia en aquel viejo Estadio Domecq. Es cierto que hoy se puede ver fútbol en Chapín desde cualquier punto, nos cobija por igual el mismo techo a todos y nos ofrece la comodidad de un asiento. Lo único que ocurre es que se manifiestan las diferencias de clases sociales con otras localidades. Yo, por ende, me encuentro muy cómodo entre los menos favorecidos. Además de vez en cuando incluso entonan el Himno de Andalucía.
Ocurre que el pasado domingo acudí con dos de mis nietos y ya empezaron a preguntarme por algunas expresiones que nunca habían oído. Bien es verdad que también las habrían oído en Tribuna. No quise o no pude, en vista del griterío reinante, aclararles el significado de algún que otro insulto, aunque en verdad más bien fue una estrategia mía para esquivar sine diae, o posponer, las aclaraciones pertinentes. Mi nieto Manuel, que le gusta el fútbol más que al abuelo, ya corretea tras un balón en uno de los equipos de La Granja, lo vi muy fijado en las acciones defensivas de los laterales xerecistas –es su demarcación- no pestañeaba, ni se inmutaba, todo era atención desmesurada y supongo que tomaba buena nota mental de todo aquello que en el próximo partido debería de hacer; más bien intentar de emular.
De buenas a primeras contemplo que su estado de ánimo se alegra una barbaridad, incluso empieza a festejar el empate a dos goles entonando el himno: “Xerez Deportivo la afición está contigo...etc. Me extrañó el cambio tan radical que experimentó su carácter, de unos momentos de atención, interés, reflexión y meditación pasó a otros de euforia, animación y alegría incontenidos. En fin, no le di mayor importancia, cosa de los críos (pensé), también tienen su corazoncito y el suyo es azulino y consideró el punto conquistado como un mal menor. Cuando llegamos a casa, mi hijo –padre de la criatura- me dice: “Papá te diste cuenta el pedazo de porro que se estaba fumando el gachó que estaba delante de ustedes dos”. Sin comentario.
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