martes, 1 de diciembre de 2009

Efectos del tabaco.


Hace ya casi tres años que, nuevamente, dejé de fumar. En esta ocasión, la verdad sea dicha, me costó más esfuerzos, sobre todo mental, para lograr alcanzar el objetivo. Era de suponer que conforme el organismo estuviese carente de nicotina, alquitrán y toda la cochambre tanto habida y conocida como habida por conocer –que haberlas las hay- empezaría el sufrimiento, lo que vulgarmente y en un tono coloquial se conoce como el “mono”. El arriba firmante aún padece ese síndrome de abstinencia tabaqueril, que no lo duden un momento, aunque salvando las distancias, es tan importante como cualquier otro para superar. Más bien hay que preguntarse, sobre todo a aquellos que nunca fueron adictos a la cocaína y otras drogas duras, que siendo tan difícil sustraerse de la adicción al tabaco que no será hacerlo de aquellas otras.

Algunas veces tengo tentaciones de encender un cigarrillo y aspirar profundamente su humo cargado de sus componentes propios, incluso de aquellos otros agregados que producen, incluso, tanta o más dependencia. Pero ahí es donde comienza a trabajar el pensamiento, responsabilidad y dominio de la situación de cada persona. El arriba firmante, en silencio, hablando consigo mismo y su propia conciencia inicia una serie de preguntas que por ahora ninguna tiene la respuesta adecuada para hacerme llegar al convencimiento de que fumar es un placer. Soy de la opinión de que el hecho de poner en las carátulas de los paquetes de cigarrillos esas esquelas mortuorias recordando las maldades de los efectos del consumo de tabaco es, cuando menos, una broma de muy mal gusto. A mí, la verdad, que quieren que os diga me importa un carajo las mismas; ni me dan ni me quitan las ganas. Es más, me producen asco y me da mucha pena tener que recurrir a ese tipo de cosas para erradicar el tabaquismo. Es una hipocresía de tomo y lomo, sobre todo, cuando conocemos que el consumo produce a la Hacienda Publica, por impuestos, unos ingresos de 6.000 millones de euros al año.

Puedo definir, entonces, a la campaña antitabaco que se está difundiendo de fingimiento sin límites, no la encuentro efectiva ni procedente, tampoco creo que vayan a verse reflejada en la economía de la nación las bondades de un ahorro en el coste de la sanidad pública. Estoy segurísimo que la demanda de cigarrillos va a seguir dándose aún a pesar de las graves y serias advertencias en los paquetes de cigarrillos, aunque sigo pensando que los mejores logros en este sentido vendrán de la mano del ejemplo que cada cual ofrezca en su propia casa, también en la educación escolar –sobre todo en la primera enseñanza- y, como no, restringir de una forma progresiva todo el proceso de producción. Mejor sería una inversión profunda e ir esquilmando el sector de una vez por todas. Seria una actuación bastante menos hipócrita y farsante.

Por otro lado es que no tenemos remedio ni hay por donde cogernos, somos de una irresponsabilidad agobiante, contra las esquelas no se nos ocurre otra cosa que volcar los cigarrillos a pitilleras, ya en desuso, o introducir los paquetes en las consiguientes petacas. Es el avestruz que mete la cabeza debajo del ala. Increíble pero cierto, quedando demostrado, con ello, que ni unos ni otros han acertado con los fines que supuestamente se propusieron.

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