sábado, 5 de diciembre de 2009

Por el estómago entran los males.


Antes, hace ya algunos años, el pan era pan, el yoghourt era chipén sobre todo cuando se vendía en farmacias para arreglo intestiinal, y entre otras muchas cosas el vino era vino, a pesar de las histaminas. Pero con el transcurrir del tiempo con el único propósito de vendernos mejor la “moto” la leche es bastante más copiosa en calcio y no sé cuántas vitaminas más, el pan lo es de múltiples calidades, procedencias y formas y, por si fuera poco, los yogures son bióticos que nos defienden de puta madre de los agentes externos. Además, según dice la promoción, comprobado científicamente. Lo que no nos aclaran es de qué comprobación docta nos hablan. Lo cierto y seguro es que uno, aparte de verse imbuido en una sociedad consumista adquirimos unos hábitos alimenticios que me parecen no conducen a nada bueno. Otro tipo de comunicación informativa nos lleva a dejar a un lado la carne de ternera, por aquello de las vacas locas; la de pollo, por la gripe asiática; y por si faltara poco la sabrosísima carne rosa de salmón nos dejan entrever que se puede comer pero con precaución, no más de dos veces por quincena.

Pongo pie en pared y comento con mi parienta que de la graná ni un grano; o sea, nada de ternera, nada de pollo, lo mismo con el salmón, y de lo otro también ná de ná, que ya uno es mayor para morir de sobresaltos indeseados. Llego a la conclusión que nada, absolutamente nada, de lo que hoy el mercado alimenticio nos ofrece es bueno, sano y puro. Las naranjas las ponen rojas basándose en productos químicos, las patatas una vez que se mondan se ponen negras como consecuencia de los nitratos y no sé cuantas porquerías más, no existen verduras y frutas del tiempo; casi todo es transgénico y se cultiva durante las cuatro estaciones del año. Lo cierto es que uno enferma cada dos por tres y cuando los galenos no dan con lo que uno tiene o no encuentran la justificación de nuestros males resulta que es consecuencia de un virus. ¡Tócate allí!

Se investiga y se lucha sin cuartel contra el cáncer. Es cierto, pero no puedo estar de acuerdo porque todos los pájaros comen trigo y la culpa siempre al gorrión, o sea, al tabaco. Casi nunca tiene la culpa las hamburguesas, los desoxidantes, conservantes, colorantes y tunantes, también mangantes que nos dan cada dos por tres sopa con honda. A lo sumo suelen justificar la obesidad como un mal nacido de la civilización y de los pueblos desarrollados. Ha llegado el momento, repito, que no pruebo bocado de pollo, ni ternera, ni ná de ná, tampoco yogur (que caducados hace diez días se pueden “comer”, os lo aseguro). Como diría la Pantoja de Puerto Rico ¡Y eeeessooo! Pues debido a la química.
En cuanto al vino, que me perdonen aquellos químicos que aseveran que las histaminas son malas. Mire usted y un jamón con chorreras. Eso sí que no lo consiento al vino ni me lo toquen, dejarlo con sus histaminas y todas sus cosas que la única observación que hago es de beberlo con moderación y sentido común, como suele catarse por esta bendita tierra de María Santísima. Algo debe de tener, digo yo, cuando el sacerdote lo bendice y con el rezo del Ángelus, llegado el mediodía, aparte de abrir nuestros corazones a Dios, nos invita a que es una hora primordial y esencial para degustar el primer chupito y pedir con fe –la que al arriba firmante le suele faltar muy a menudo- por la paz del mundo. ¡Ah! Y por nuestros estómagos.

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