miércoles, 16 de diciembre de 2009

Progreso de la Iglesia.


Que la especie humana ha estructurado, y lo sigue haciendo, su capacidad intelectual a través de millones de años es una realidad tangible, máxime ahora donde la codificación del genoma humano, ha vuelto a colocar como actualidad más rabiosa la diferenciación del género humano sobre el resto de las especies conocidas. El hombre, entre otras muchas cualidades en él, posee la actividad del lenguaje, debido a un desarrollo genético sin parangón posible, muy al contrario de lo que le sucede a otras especies del mundo animal que carecen, hasta que no se demuestre lo contrario, de la capacidad intelectual del ser humano.
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La materia en si no tiene capacidad creativa, incluso en su estado de energía, ni se crea, ni crea, ni destruye, ni se destruye, sólo se transforma de acuerdo a la ley física que la determina. Por tanto, ningún acto material así considerado puede catalogarse como libre. En cambio el ser humano reduciéndolo a la condición material la variedad de resultados de sus actos podría explicarse y razonarse, pero no la libertad del acto que siempre sería producto de una cantidad infinita, aunque limitada, de leyes que condicionan la respuesta.
La libertad del ser humano radica, a pesar de una naturaleza tan compleja, en la consecuencia del conocimiento de una experiencia evidente. Todo hombre que se haya parado un momento a razonar cualquier hecho o situación tiene conocimiento de la realización de actos voluntarios y de actos involuntarios. Se consideran respuestas a un estado de conocimientos; son respuestas voluntarias pero no necesarias. De esta voluntariedad puede deducirse la libertad y de ella la responsabilidad.

La parte del hombre que origina actos que no son materiales, que denominamos espirituales, es lo que siempre, toda la vida, se ha venido en denominar alma. Es la diferencia con los otros seres vivos que está dotados de conocimiento sensible. Los animales también conocen pero queda por demostrar que sepan que conocen, es lo que les paraliza en su progreso intelectual. El proceso del lenguaje permite al hombre crear infinitos elementos comunicativos, pudiendo llegar a producir infinidad de propuestas inteligentes. Es la libertad capaz de dar respuestas nuevas a cada interrogante planteada.

El arriba firmante, y también pensante, estima que el progreso es un mundo transitorio, que espera un paraíso concluyente, definitivo, que nunca llegará. Es preferible ver dicho paraíso aquí en la Tierra, como meta final a todas nuestras luchas; que no son pocas. Hoy día, no nos equivoquemos, quieren tener el tan cacareado y esperado paraíso aquí en la tierra, pero en vida y a buen seguro que nadie dudará postrarse de rodillas, pero ante un Dios más actual que nunca.

Este comentario, este artículo de opinión, surgió como consecuencia de una entrevista que Jesús Quintero hizo el pasado Lunes en “Ratones coloraos” a Antonio Gala. Dadas las respuestas y la exposición del ilustre novelista empecé a tener la necesidad de exponer también mis pensamientos en torno a las creencias religiosas –un enigma a descifrar toda mi vida y pesadumbre por lo incierto de ella- y el trasnochado comportamiento de nuestra Iglesia. Esperemos encontrar esa actualización que nos permita esa esperanza de encontrar a nuestro Dios en el siglo XXII. Que yo no escuche nunca más sobre su inmisericordia permitiendo la muerte de más de doscientas mil criaturas en el sudeste asiático como consecuencia del maremoto.

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