martes, 1 de diciembre de 2009

Don Manuel y Manolo.


Me sorprende que dos compañeros, aún a pesar del corporativismo, que dicen existe entre los periodistas, se vean involucrados en una polémica por una niñería. Es cierto que uno de ellos está hecho un viejo socarrón y guasón de dos pares de cojones, le ha dado a sus años por no dejar títere con cabeza. Le observo muy burlón e irónico. He de confesar que en una ocasión sus dardos apuntaron a mi corazón y a pesar de que hicieron diana no me produjeron el daño que, a buen seguro, (quiero pensar) no quiso hacerme el decano compañero. Pero lo hizo. Eludí la confrontación que a nada conduce; solo a sacar trapos sucios a la calle: Tú me dijiste, yo te dije, tú eres así y tú eres asao. En todo caso debí de increparle en privado. Pero tampoco lo hice, le tengo mucho respeto al longevo y piadoso de don Manuel, muy a pesar de sus comportamientos algo extraños.

El otro polemista; otro periodista, también Pregonero de nuestra Semana Santa, (se les supone, por tanto, que son chicos piadosos, misericordiosos y caritativos) que se enfada, con razón, por una opinión que el primero publica en su periódico en torno al fervorín pronunciado con motivo de la salida procesional de nuestra Excelsa Patrona La Santísima Virgen de La Merced. Bueno, como suele decirse, la cosa es para troncharse si uno se para a pensar, y reflexionar, sobre los temas argumentales que cada cual lanza al otro a la cara; cada uno con la consiguiente mala uva, mayor aún según la edad de los enfrentados. Es pura progresión aritmética ascendente, a mayor edad más mala uva.

Ocurre en estos casos que se suele tener el corazón repartido. Como decía la copla de Pepe Pinto: “Si me encuentro a uno llorando es porque el otro lo ha ofendío”. Las cosas son así. Pero no me gusta que salgan a luz pública las debilidades de cada cual, menos aún si estas son de tipo profesional. Dicen poco y mal de esta bendita profesión. Pero como soy libre y tengo mis derechos a expresarme como me salga de los cataplines mi deber es recordarles a estos dos compañeros que en nuestro código ético está prohibido dañarse el uno al otro, que están comprometidos con los derechos del ciudadano y que los hechos que ocurran deben de ser expuestos completos y sin distorsión. Esto es lo más elemental de un código ético profesional que constantemente debemos de tener en mente.

El arriba firmante quiere mucho a los dos. Hombre, a Doña lo he rozado más (que no se malinterprete esto, por favor), hemos trabajado los dos en la radio (Cope) y hemos tenido vivencias, escarmientos y mundologías variopintas. En cambio con Don Manuel es distinto, ya de momento hay que anteponer a su nombre el tratamiento de don; lo de Manolo queda reservado para los marqueses, condes, reverendos, ganaderos y toreros afamados. Eso no quita para que un servidor admita la voluntad del bueno de Don Manuel y le profese el más respetuoso afecto y consideración.

Quiero decir que cada cual es como es, que todos tenemos nuestros defectos, que cometemos nuestros pecados y que en base a ellos debemos de hacer un exhaustivo examen de conciencia para mejorar nuestra trayectoria profesional. ¡Qué nunca es tarde! No quepa la menor duda. Tú, Manolo, debiste callar, que más te daba que tu fervorín durara más o menos minutos y bla, bla, bla, bla. Lo importante es que lo hiciste con el corazón y punto. Debiste pensar: “Los perros ladran, luego cabalgamos”.

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