martes, 8 de diciembre de 2009

Envidia sana.


He observado que de vez en cuando surge alguien que, ante un hecho o situación eminente, dice sentir “envidia sana”. No lo entiendo puesto que solo el hecho de sentir envidia conecta con unos sentimientos con poca “salud”. A pesar de todo, a fuerza de querer entender qué se quiere decir con ello, llega uno a la conclusión que lo que de verdad se siente es envidia pura, dura y cochina. Siempre se dijo que no hay peor cosa que ser envidioso. La envidia “sana”, diga lo que se diga, es una emoción que encuentra siempre cobijo en lo más profundo del ser humano para esconderse sin ser visto. De aquí pueden surgir muchas equivocaciones en los comportamientos tanto personales como en aquellos otros dirigidos a los demás. No me extraña que se agreda a una determinada persona por considerarla más alta, fuerte o guapa. Dejaron de rayar la pintura de mi flamante automóvil cuando éste perdió su resplandeciente aspecto. O sea, la envidia “sana” de los “joputas”

Estos sentimientos de envidia comienzan su carrera a muy temprana edad, justamente cuando el niño inicia sus relaciones en el contexto familiar. Justamente aquí es cuando el crío empieza a ambicionar todo lo que no posee, es cuando hay que enseñarlo a superar sus frustraciones y, sobre todo, a que aprenda a tolerarlas para que nunca sienta esa dichosa envidia mal llamada sana, que no es otra cosa que envidia pura mal disimulada. El arriba firmante padece muchas frustraciones. Tengo celos de cómo escribe Paco Umbral, u otro Paco más cercano a mí, Francisco Bejarano; manifiesto cierta pelusa por Javier Sardá -más ahora que en tiempos pasados- a lo mejor porque sale triunfante de las muchas contraprogramaciones que le han puesto desde otras cadenas. Pero lo mío no es envidia, ni tan siquiera sana; es una situación en la que veo a los triunfadores en una ansiada situación que, no es tirria, pero la deseo para mí de todo corazón. No tengo que decir que a Bejarano, Umbral y Sardá los adoro por cuanto, a mi edad, aún me pueden deleitar en sus distintas facetas.

Hay quien confunde la envidia -sana o insana- con la falta de humildad. Bajo el punto de vista de quien escribe esto, la humildad no es sinónimo de desvalorización. Me explico, Contrariamente a lo que le ocurre a los envidiosos hay que tomar conciencia de las habilidades y capacidades propias. Por ejemplo si Paco Umbral escribe de puta madre no se debe de pensar de uno mismo todo lo contrario. A cada cual Dios lo ha dotado de una serie de facultades y se debe de tomar conciencia de ellas y debe de exhibirla con orgullo, debe de estar contento al poseerlas ya que le fueron entregadas para cumplir una determinada función especifica en este mundo.

Hay que ser consciente de las cosas buenas que se poseen, con humildad se llega a la meta de asumir nuestros posibles errores eliminando, de esta forma, el miedo a padecer y llegar a sentir que uno no vale nada. Ese no es el caso tampoco. Siendo humilde se toma conciencia de que todas las personas somos imperfectos. Cada cual nace con unos dones y todos vienen dados, lo que ocurre es que cada cual debe de cultivar los suyos. Una premisa importante es que los valores que pueda tener un profesional excepcional en su ejercicio diario no nos debe de conducir a una amarga decepción, más bien todo lo contrario.
Todo esto también es cosa de moralidad. Un gran pensador y filosofo –José Luís Aranguren- dijo, no sin razón, que “dichos valores morales se pierden sepultados por los económicos”.

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