Soy andaluz y me siento muy orgulloso de serlo, aunque no siempre disfruté de esos sentimientos de saberse hijo de esta bendita tierra. Los motivos, bueno, sería muy extenso explicarlo ahora, y menos, en estos momentos, sacados del contexto en que se produjeron; puede que influyera la constante y perenne necesidad de emigrar que tuvo el andaluz en busca de trabajo, por ejemplo. Aparte de otras circunstancias paralelas que nunca faltaron.
España, si mal no recuerdo, tiene un total de 18 comunidades autónomas. Creo estar en lo cierto, aunque todavía me hago un pequeño lío con las provincias y comunidades que componen el mapa geopolítico de España, sobre todo con las Castillas y alguna que otra del Levante y Norte del Reino, cuya fisonomía cambiaron con la llegada democrática. Andalucía siguió con el mismo perfil geográfico que tuvo años ha y parecióme, por ello, una premonición de estancamiento en avances, sobre todo, sociales. No fue así pero, es cierto, que siempre viajamos a remolque de otras regiones o comunidades; fuimos –seguimos siendo- los hijos pobres. Es la humillación y la memoria histórica del trauma sufrido.
La disposición de nuestro suelo entre dos continentes y dos mares ha propiciado que, sobre todo Andalucía, tenga una identidad muy abierta y multicultural, aunque también problemática por ser puerta de entrada de inmigración ilegal, dramática casi siempre, por la forma en que se produce y los resultados mortales que manifiesta a cada instante. Nunca tuve necesidad de emigrar, aunque los jóvenes de mi edad lo hicieron de una forma legalmente establecida –con papeles- al menos en un porcentaje bastante considerable. Pero no por ello dejó de entriparme siempre las circunstancias en las que nosotros, los andaluces, nos hemos vistos abocados. Está demostrado que no somos vagos, ni analfabetos, ni maleantes. No es justo juzgar a un fruto, en cierne, su germinación o en cualquier fase de su desarrollo, hay que esperar su total progresión.
Andalucía fue siempre médula de civilizaciones y, como consecuencia de ello, escenario de una sapiencia milenaria donde se prodigaron convivencias de múltiples culturas. Estuvo poblada desde los albores de la Edad de Piedra, como puede demostrarse por los restos encontrados en las cuevas de Nerja y la Carigüela. Posee, ya digo, el saber de una cultura milenaria y como consecuencia de los grandes recursos que siempre tuvo de forma abundante floreció en una amplia zona del bajo Guadalquivir siendo una de las más prósperas. Me refiero al esplendor de Tartessos en el primer milenio a.C.
Por muchos motivos quizá no se comprenda cómo organizar los sentimientos de desconcierto que sufre nuestro pueblo tras muchos siglos de injusticia y opresión. Andalucía, pero sobre todo los andaluces, han sufrido por parte de casi todos los pueblos de España un proceso de abuso continuado. Con el transcurrir del tiempo se ha producido un trauma producido, tal vez, por rabia, vergüenza, tristeza y culpa que afectan a nuestro comportamiento ante nuestros detractores y ante nosotros mismos. Habría que analizar nuestros sentimientos, sobre todo los de culpa y vergüenza, en relación al Nacionalismo o la falta del mismo en nuestra Andalucía del alma.
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