Los últimos acontecimientos y, sobre todo, desavenencias (falta de entendimiento) Estado-Iglesia me hacen pensar que esta última no camina con la soltura necesaria a fin de facilitar a sus fieles el camino llano, al menos el más natural y apropiado para andar por este mundo que, cada vez más, necesita de unos enfoques religiosos más atrevidos y valientes. No dudo ni un instante que si Jesucristo hubiese aparecido en la Tierra en pleno siglo actual habría escogido de nuevo, para su muerte y redención, la Cruz. Pero está claro, que su discurso, su predicamento, habría sido otro aunque siempre con el mismo fin de hace veintidós siglos. Pero ajustado a las necesidades de hoy.
La Iglesia desempeñó siempre un papel primordial frente a la anarquía social, imponiendo el principio del orden, con ayuda a los débiles. Ahora bien, han pasado siglos y como en plena Edad Media los países cristianos, al menos España, se encuentra casi con la misma infraestructura organizativa, dividida en diócesis, cada una de ellas dirigida por un obispo, dando la impresión de escasa o lentísima renovación y pocas innovaciones. Junto al clero existía, -sigue existiendo- otro, cuyos miembros se sometían a unas reglas austeras y estrictas que limitaban toda su existencia. Me refiero a los monjes, agrupados en órdenes que cumplían compromisos esenciales de obediencia, pobreza, trabajo, estudios, etc. y que, intuyo, seguirán desempeñando y llevando a la práctica como hace siglos. En una palabra, sin “revolución” en los contenidos de cara a los tiempos actuales.
Los países han evolucionado, entre ellos el nuestro, y con buen criterio asume la asistencia social, que hasta entonces lo hizo la Iglesia, con los enfermos, indigentes, viudas y necesitados. Fundaron, bien es verdad, muchos hospitales, casas de Dios y asilos. Tanto es así que si no hubiese sido por aquellos monjes no conoceríamos ahora tampoco todos los libros y textos de la literatura latina ni las crónicas que nos cuentan cómo fue la vida en la Edad Media.
Ya no existe, afortunadamente, la burocracia ni el feudalismo. Una forma de sociedad esta última -como bien se sabe- muy antigua y que a decir verdad duró, al menos aquí en Andalucía, hasta hace bien poco. Nació bajo el anhelo de buscar protección y se generalizó cuando se sometieron a quien los podía proteger mejor. El clero formaba un segundo grupo que, aparte de sus funciones religiosas, desempeñó un papel trascendental en la cultura como consecuencia de que sus miembros recibían una instrucción muy superior a los demás que les capacitaba para dirigir la sociedad. Así lo hicieron y durante el Medievo impartieron enseñanza en latín de forma gratuita. Era el clero –sacerdotes en las parroquias y monjes en las abadías- los responsables de esta educación o enseñanza, por ende totalmente gratuita.
Mas tarde llegarían las universidades como consecuencia de la evolución de algunas escuelas catedralicias. Ahora, llegado el régimen democrático, apareció un nuevo giro evolutivo que afecta, a la enseñanza, medicina, matrimonio y, como consecuencia, también a la Iglesia que no debe –creemos- asistir impasible y acomodada a costumbres paternalistas del pasado, tampoco a los beneficios y provechos que el mismo ofreció. Esto creo que es muy fácil de entender. Sería muy provechoso intentar de hacerlo, en bien de todos los creyentes y de los que no lo son. Quedar anclados en el tiempo no es beneficioso para nadie; conlleva no avanzar ni prosperar.
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