Toda la vida el ser humano –sobre todo la mujer- se ha quitado años del haber de los suyos transcurridos. Nunca quiso parecer los años vividos y cumplidos, era, y es, una cuestión de querer ser más joven, dar un poco, o un mucho, de envidia al prójimo. Cumplidos los treinta años les cuesta, cada vez más, hacer pasar alguno nuevo, es como si el calendario se hubiese quedado estancado y solo da paso en contadas ocasiones a nuevos aniversarios. Esto era antes y sigue siendo ahora, pero se incorporan nuevos conceptos que sirven para vacilar con las/los coleguillas, incluso consigo mismo porque termina creyendo sus propios espejismos.
En la post guerra civil española no se tenía de nada y se jugaba a tener de todo. Esto era cruel. Todos queríamos tener y presumíamos de ello sin apenas tener donde quedarnos muertos. Entonces no se conocía la mal llamada, hoy, envidia sana. Era mas bien una envidia muy “joputa”, sobre todo a la hora de poner la vecina el puchero en la cocina comunitaria. Los olores que desprendía aquello, por buenos y excelsos, si mediaban hijos pequeños que alimentar, aparte de ponerte a prueba todas las glándulas salivales, te partían el corazón en tantos trozos como churumbeles tenía.
Es curioso, hoy, la mujer según su edad se quita o se pone años. Depende si camina hacia los sesenta o los sobrepasa. La cuestión es, en el primer caso, presumir de menos edad; en el segundo, consiste en tener una edad mas avanzada que la real para de esta forma, ser una abuela de apariencia más joven. La cuestión es vanagloriarse de su cuerpecito juncal ante la presencia de los demás. Dar envidia, joder al prójimo.
Para colmo ahora han surgido hasta gente que estuvieron en los campos nazis de exterminio, sin haber estado. Además después, en tiempos de paz, ocupando cargos relevantes en el organigrama de agrupaciones de ex combatientes. Aquí en Jerez me imagino que, como en todos los sitios de esta España muestra –en muchos lugares aún de pandereta- se estila mucho eso de haber pasado mucha hambre. Es verdad que haberla la hubo y que, unos mas que otros, no comieron caliente durante algunos años. Pero no se puede uno vanagloriar de esas cuestiones, menos aún cuando existieron pobres a muchas escalas: mendigos, menesterosos, pordioseros y vagabundos.
Ahora bien, si nuestro papá tuvo un puesto de trabajo a pesar de las dificultades que conllevaba poseerlo en aquellos tiempos, además en un organismo oficial (funcionario público) no se puede ser tan coñazo con ese tipo de vanaglorias y monsergas. Quiero decir, que para garbanzos al menos tendría y, en el escalafón antes citado tendría al menos el carácter de pobre a secas.
He leído en alguna parte que el pensamiento de la vanagloria es aquel que está compuesto por más elementos y abre las puertas de par en par a todos los demonios; los habidos y por haber. Estas composturas humillan al intelecto y los llena de discursos y objetos corrompiendo las plegarias con las cuales trata de curar todas las heridas de su alma. Al defecto de la vanagloria debe de imponerse la modestia, que no es otra cosa que la única virtud de los que no tienen otra. Vanagloriarse, teniéndolo todo, no es bueno; pero hacerlo por presunción de haber pasado penurias es, aparte de bocazas, de “tontoflauta”.
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