Tengo ganas de que pasen las elecciones generales, también las autonómicas, por dos motivos primordiales: que reanudemos lo que es nuestra forma de vida habitual, lejos de complejas y a la larga incumplidas promesas realizadas más con el insano propósito de mentir que con aquel otro de ofrecer soluciones a los supuestos equívocos que se hayan podido tener, y cribar lo que a mi criterio fue manipulación de los sentimientos del ciudadano basándose en oratoria agresiva e insultante, que prácticamente en campaña electoral lo es todo. Después, que esa es otra, conocidos los resultados todos serán vencedores aunque los menos votados justificarán la derrota con idéntico cinismo y desparpajo con que hicieron las promesas. Esto no es nuevo pero llegará el día que pase factura.
Por si fuera poco quisiera incluirme, ahora se dice alinearse, con aquellos que adoptan determinadas posturas, digamos que menos escrupulosas en el modo de proceder con las creencias religiosas. Pero he de confesar que sin ser anticlerical; mis principios y, menos, mi educación aporta abrigo a esta idea. Es verdad que las actitudes democráticas, a las que no estábamos acostumbrados, de alguna forma someten mis decisiones conforme a la realidad que se vive, alejándome –por el albor que representa- de prácticas y obligaciones religiosas, evitando tensiones y rupturas con aquellas creencias que, por arraigadas, me cuesta mucho trabajo desechar.
En definitiva, miro a mi alrededor y no encuentro mas allá de mis ojos ningún horizonte de esperanza para que mi resquebrajada fe vuelva a ser lo que fue. Viene a mi memoria una sentencia de George Orwell la cual dice que “la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír” A mis hijos, seguro, tampoco les gustará pero son muy respetuosos conmigo de la misma forma que lo soy, y fui, con ellos cuando tuvieron que decidir sus convicciones.
Quisiera encontrar a los camaradas que piensan como yo, que debe de ser muchos, -supongo- pero que a lo mejor aún no tienen muy claro eso de salir del mueble (no me atrevo a decir armario, por si acaso es malinterpretado) en el que nos han tenido metido y empapado en la naftalina del miedo: infierno, castigo eterno debido al pecado mortal, que, se quiera o no, representa un cruel e inmoral tormento, Sobre todo no por la verdad que pueda representar para los fieles sino por el aprovechamiento que se hace dado el pavor y terror que infunde a las personas cándidas e ingenuas.
No quiero hacer de mis pensamientos una afirmación innegable de la misma forma que no admito por más tiempo autoritarismos tajantes, menos en cuestiones religiosas ni políticas. Creo cada vez menos en las doctrinas sean del signo que fueren. Estas son cosas muy serias y cada cual debe de actuar con la única filosofía y credo que representa su propia conciencia y sentimientos. El único al que todos nos podemos someter de forma racional.
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