lunes, 11 de enero de 2010

Dicho al oído.

Publ. en "Información Jerez" en Febrero de 2004

Cuentan que el general Franco se disfrazó una noche y fue, de esta forma, a un bar para ver y captar “in situ” qué decía la gente de él. -¿Qué opinión tiene usted de Franco? – Preguntó a un cliente. El individuo lanzó una mirada furtiva alrededor del local y, en un susurro, casi imperceptible dijo: -Aquí no puedo decírselo. Tal era el miedo a hablar mal en público del general y ser oído por personas cercanas al régimen. Salieron a la calle.
-Ahora- dijo el general- dígame lo que piensa de Franco. –Tampoco aquí- contestó el otro mirando atentamente y de forma desconfiada alrededor de él.
Se metieron en un automóvil y nuevamente el desconocido hizo la pregunta. El hombre de nuevo calló e indicó con el dedo de forma misteriosa al conductor. Por último, tras adentrarse por una carretera rural, se apearon del vehículo y echaron a andar por una dehesa.
-Ahora- dijo Franco- ya puede decirme lo que piensa del general. El sujeto tras escudriñar de manera cautelosa los alrededores se le acercó y, en un susurro, le dijo al oído: Me gusta una jartá.
Han pasado ya algunos años desde que Franco dejó de existir; por tanto, de gobernarnos y, por ende, se dejó de tener el miedo escénico a lo que suponía estar propenso a correr un riesgo de ir, como mal menor, a una comisaría para explicar y convencer qué se quiso decir con tal o cual comentario. Así pues, no sé si verdad o mentira, pero lo cierto es que ese cliente del bar al que abordó Franco se curó en salud y no dejó entrever nada que pudiera ser punible de castigo. Eran tiempos difíciles donde lo importante, aparte de la trascendencia que tenía comer a diario, era amar a alguien. Lo segundo en importancia pudiera ser que alguien nos amara. Lo tercero que ambas cosas coincidieran. Repito, eran tiempos difíciles donde el solo hecho de vivir y mantener el tipo era todo una gesta. Para algunos, como también suele ocurrir ahora, lo era bastante menos.
Hoy tenemos libertad y no tendríamos necesidad de obrar de la misma manera que el ciudadano de no sé si leyenda, cuento o chiste comentado con anterioridad. Miguel de Cervantes Saavedra, autor de, entre otras muchas obras literarias, de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, pone en boca precisamente del caballero andante un dialogo que es un primor en la forma de definir lo que es la libertad: “La libertad, querido Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres nos dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad se puede y debe aventurar la vída”.
Por eso precisamente, por las libertades que disfrutamos no debemos de asustarnos de tantas mentiras como dicen los políticos en campaña electoral, y el ciudadano menos aún –como por ejemplo el arriba firmante- debe tenerlo por denunciarlo.

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