jueves, 21 de enero de 2010

A la memoria de Rafita Abrio.

Publ. en "Información Jerez" en Octubre de 2003.

Tenía 29 años, desde que nació llegó marcado para luchar de forma constante consigo mismo. Tuvo unos males que afectaban a la glándula tiroides y, caso de no haber sido tratado convenientemente, hubiese afectado a su desarrollo físico e intelectual. Rafa, ya adulto, había sacudido durante la infancia y pubertad merced a los desvelos de sus padres –Rafael y Angustias- cualquier atisbo de complicaciones futuras dimanantes de su enfermedad. Rafa cursó sus estudios de jardinería, impartió cursillos y ejercía de forma brillante su profesión, que adoraba en forma tal que no escatimaba esfuerzos ni horas de trabajo a fin de alcanzar progreso y madurez en la misma. Mantenía una relación amorosa desde hace por lo menos cinco años con Silvia, su novia, con la que ambicionaba casarse, tenía proyectos de futuro en común. “Su niño”, como ella lo llamaba, ya no podrá susurrarle al oído palabras de amor. Murió en un desgraciado accidente laboral, en Madrid, cuando laboraba en la construcción de un campo de golf.

Qué solo me encuentro cuando busco a un amigo y solo descubro fallecidos Triste crónica la mía, un nuevo eslabón perdido de una cadena fragmentada ya en demasiados trozos. En la fragua de mi existencia, donde se fueron forjando los metales de las amistades, se van disolviendo uno tras otro gran parte de ellos, y me encuentro cada vez más solo; se derriten parte de estas, mis únicas joyas personales: mis amigos, mis siempre queridos amigos. Los más, eran mayores, más o menos de mi edad. Los menos, jóvenes, empezando a vivir, cargados de ilusiones y ambiciosos proyectos. Hay quien dice que todo esto obedece, de la forma como se proyecta, a ley de vida. Solo una excelente fe cristiana, que el arriba firmante desconoce y tal vez no conociera nunca, puede razonar de esa forma y superar tantos golpes de martillo en el yunque del alma.

Por eso, porque soy una criatura que fue dejando, por recovecos y meandros del río de mi existencia, unas creencias maltratadas en mil batallas, creo que moriré de pena, de dolor, y no habrá sedante capaz de ahuyentar de mí tanta amargura, tanto sentimiento y desesperanza. Mi corazón es viejo, anda cansino, angustiado, y muere de pena al comprobar el dolor de tus padres, de tus hermanos y de Silvia, tu novia. Cuánto te quieren. Ella, tu prometida, tiene tiempo de sobreponerse y rehacer su vida. Yo, pienso que apenas me queda tiempo para cobijarme y esperar el reencuentro, si es que existe. Tu padre, mi buen amigo Rafael, mi buen hermano del alma, al que tan poco y tan mal he correspondido siempre en la amistad, es otra cosa, ese es harina de otro costal. La fe, es verdad, debe de mover montañas. Dijo: “Dos me lo dio, Dios me lo quitó, bendito sea Dios”. Bendito sea tu, también, Rafael.

Los padres de Rafita –Rafael y Angustias- apadrinaron en la pila bautismal a mi hijo Eugenio. Por tanto, somos compadres y como tales estuvieron siempre pendientes de las obligaciones que ello le confería. No fue nunca el caso de los padrinos que aquel mismo día al salir de la Iglesia se olvidara de los deberes y exigencias contraídos. Mis buenos amigos cuánto me gustarían ser como vosotros. Que Dios tenga a Rafa en su Santa Gloria. Un beso.

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