jueves, 14 de enero de 2010

Mi vagabundo anónimo.

No voy a decir que lo estoy viendo deambular por las calles desde que era pequeño, entre otras cosas porque bien creo que es más joven –aunque no lo parece- que el arriba firmante. Pero desdeluego su presencia por los aledaños de una plaza céntrica se remonta ya a varios lustros. Está claro que es un vagabundo al que no le agrada mucho el trabajo y se pasa las horas y los días enteros no sé si con más penas que glorias o si al revés. No transporta ni tan siquiera su costal, lo deja simplemente encima de un banco público, que le sirve de comedor y alcoba, en la seguridad que nadie, por razones obvias, tendrá, más que atrevimiento, valentía de acarrear con un montón de andrajos sucios y malolientes.
Es un vagabundo un tanto especial, nunca lo veo en compañía de otros de su misma “alcurnia”, más bien de personas de su misma edad, aunque limpios y aseados, –que aparentan ser jubilados- que conversan en tono distendido y amigable sabe Dios de qué cosas. He hablado con alguno de ellos y me dicen que es enemigo acérrimo, por tanto tenaz y voluntarioso, de verse recogido en un centro social adecuado como pudiera ser un albergue, geriátrico o un hogar de la Seguridad Social. Me dicen, según me cuentan, que le “ha quedado” una buena paguita pero que su dinero no se lo lleva ningún hijo de… Hay que entender, y es muy lógico, que estos centros sociales retengan un determinado porcentaje –que puede cifrarse en torno al setenta por ciento de sus ingresos- como aportación personal a la asistencia que allí recibe.
No entiendo, ni creo que entenderé nunca, a mi vagabundo anónimo; después de vago algo ruin y mezquino. Me imagino que detrás de esta realidad existe algo más que todo eso que pueda justificar su forma de pensar y vivir. Prefiere dormir a la intemperie que ahora, es cierto, a cualquiera de nosotros nos gustaría darnos ese gustazo de un contacto directo con la naturaleza. Pero con un mínimo de comodidades y eludiendo, por supuesto, las frías y lluviosas noches de invierno. Se cobijó en las duras noches de invierno en la arcada del portal de la iglesia parroquial. El cura, con buen criterio, no permitió por más tiempo esta situación, le recomendó y gestionó un centro oficial que él no aceptó; por eso no se queda más allí.

Su situación me preocupa, llego a tener hasta pesadillas provocadas, no me cabe la menor duda, por las inquietudes y desazones que me provocan esta realidad. Soñé que tenía una familia muy extensa: recibía besos cariñosos de sus hermanas, su esposa, de sus hijos, ejemplos del más puro amor fraternal, y hasta de su madre –ya muy viejita- que se encontraba desvanecida sabe Dios si como consecuencia de una enfermedad en fase terminal. Todos, incluso el perro y un gato, celebraban la vuelta al hogar de mi vagabundo anónimo. El prometió de forma solemne que nunca más volvería a beber, el prometió y hasta juró que nunca más volvería a marcharse, y selló con lágrimas en los ojos ante los suyos que nunca más volvería a romper la reunificación familiar.

Cuando desperté comprendí que la realidad era otra. A pesar de ello quiero pensar, al menos, que estos sueños o pesadillas puedan ser premonición de algo mejor para el vagabundo anónimo. En el cabezal del jergón vela sus sueños todas las noches una botella de vino. Según su estado de ánimo a la mañana siguiente la verá casi llena o casi vacía.

ubl. "Información Jerez" en Juliio ded 2004

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