viernes, 15 de enero de 2010

Juan Pablo II El Grande.


Descansó Carol Wojtyla del peso excesivamente grande que soportaba sobre su anciana espalda dada su condición de Sumo Pontífice de toda la Cristiandad, y también del sufrimiento añadido que suponía sus males, y que lo sobrellevaba con una entereza digna de elogio. A la hora de su muerte hizo una gran demostración de fe y fue, entre otras muchas razones, claro ejemplo para todos los que todavía no nos enteramos que la vida, por tanto también la muerte, solo es potestad de Dios. De nadie más.
Debido a mis años, que ya van siendo muchos, he pasado por el trance de conocer la muerte de cinco Papas, han sido Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II; este último el único que no era italiano. He de reconocer que me impactaron todos pero especialmente Pío XII porque bajo su reinado pontifical tomé (hice) la Primera Comunión y desde entonces un cuadro con su imagen, recuerdo de dicho evento, presidía la cabecera de mi cama de soltero; Juan XXIII por su ancianidad y porque resultó ser el más innovador a pesar de llegar precedido como Papa para una transición.
Creo que uno de los momentos, si no más feliz sí el más conmovedor y emocionante de su papado, fue el viaje que hizo a Polonia en 2002, visitó la catedral de Wawel, orando poco después ante la tumba de sus padres y hermano en el cementerio de Rakowice, muy cerca del templo catedralicio. Ni que decir tiene que a los polacos les gustaría poseer el cuerpo de su amado hijo descansando en la tierra que le vio nacer. Existe ya cierto conformismo de que ahora, por razones obvias, no será posible hacer realidad este deseo, aunque puede que exista la posibilidad de trasladar los restos de Juan Pablo II en años venideros.
Ya se le está conociendo como “El Grande”, un epíteto que, según tengo entendido, le fue puesto por el Cardenal Angelo Sodano en el texto de la homilía de la primera misa por su alma. Hay por cierto una pequeña anécdota en torno a este tema, el calificativo indicado iba impreso en el escrito que el Vaticano pasó a la prensa con el texto que se iba a pronunciar en la homilía. Este adelanto –embargado- (fue escrito para dicho fin pero no pronunciado) cuando el citado Cardenal lo omitió ya el calificativo de “Juan Pablo II el Grande” había dado la vuelta al mundo. Lo escribió pero no lo dijo, lo omitió, pero el calificativo ya está en la Historia y muchos gobernantes y ciudadanos de a pie lo hacen suyo. El arriba firmante también. Quiero decir, corroboro que es merecedor al epíteto.
No encuentro correcto que se aprovechen estos días para pormenorizar de forma abrupta y maliciosa sobre la Iglesia, y menos aún sobre la figura de Juan Pablo II. Todos los periodistas son libres de expresarse con total libertad pero creo que hay determinadas opiniones que, no siendo hirientes para quienes las pronuncia, si lo son con toda seguridad para otros muchos que profesan y ejercen la religión cristiana, que merecen el máximo respeto. Al arriba firmante, por ejemplo, estos comportamientos le hacen mucho daño.

Toda mi vida he estado batallando entre creer y no creer, es un dilema que me ha perseguido toda mi existencia. Espero que Dios me tenga en cuenta el día que me tenga que juzgar este continuo “guerrillear”. Le pido a Juan Pablo II el Grande que interceda por mí y retire de mi inestable y dubitativo camino en busca de La Verdad a estos críticos. Dudo que puedan tener razón en sus apreciaciones. Han sido millones de fieles de todo el mundo los que se han dado cita en el Vaticano para decirle a Juan Pablo II el último adiós. Por algo será, digo yo. ¿No lo crees Sardá? ¿No lo aprecia así Raola?

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