Publ.en "Información Jerez" en Enero de 2005.
Mis nostalgias, si es que lo son, pueden ser indiscretas y hasta entrometidas, pero no sé lo que de verdad siento en estos momentos; son recuerdos de cosas y hechos que, aún a pesar de los malos momentos en que ocurrieron, me apetece que vuelvan, aunque solo sea para rectificar yerros pasados. Puede ser que no aprovechara como debiera aquellos tiempos a los que no di excesiva importancia a cosas que ahora valoro en su justa medida. Todos, sobre todo los que han triunfado, escriben de los triunfos pero nadie sobre la historia de lo que pudo haber sido y no fue. ¿Quién escribirá sobre ella?
Mis tristezas se refieren a acontecimientos y experiencias vividas en mi juventud con personas con las que mantuve una relación cordial pero que, sin saber cómo y por qué, se interrumpieron bruscamente. Es algo que me evoca mucha aflicción. En algunos casos estos alejamientos han podido ser debido al “exilio” de ellos por motivos profesionales. Pueden ser los casos de Manolo Ríos, José María Álvarez-Beigbeder, Enrique Rubio y Joaquín Vázquez Lloret, entre otros muchos, que harían esta lista muy extensa.
He citado a personas que hoy disfrutan de un status social muy alto, lo que dice mucho a su favor pues la gran mayoría procedían de familias muy humildes; lo que hace más meritoria su trayectoria humana y profesional. También recuerdo con nostalgia a Hilario Moncayo Aguilera, un joven que hizo el servicio militar con el arriba firmante; fue carrero y un gran amigo, más bien mi hermano. Al finalizar su compromiso castrense marchó a Francia en pos del trabajo que aquí no tenía, nos vimos en un par de ocasiones para luego no vernos más. Era de Alcalá del Valle. Si Dios aún lo mantiene entre nosotros cuánto me gustaría abrazarlo y saber de él.
Cuando llegamos a cierta edad empezamos a notar el encanto de lo retrospectivo, y así como existe un punto de fusión en la música reflejando influencias que pueden ser culturalmente distantes, hay un punto de encanto en ese recorrido, pasado el cual aparece la historia. Mis años mozos, pues, ya son historia donde caben alegrías (todas las que aporta la juventud aunque no sean tales), penas, ausencias. Ahora tengo la desconsolada impresión de haber nacido tarde en este mundo, contrariamente de lo que puede desear cualquiera de mi edad que no se resigna a haber disfrutado de nuestras libertades de ahora cuando aún eran jóvenes. Me hubiera gustado venir al mundo en el siglo XVIII o IXX –uno o dos antes- donde se empezaba a descubrir muchos misterios de la naturaleza. Esa es una de mis muchas nostalgias: no haber tenido la falta de esperanza que cobijaba las almas de aquellos hombres.
Tener nostalgia es echar de menos, no haber tenido una relación más íntima y cercana con determinadas personas, no haber atendido a personas humildes en momentos difíciles –que en nuestra posguerra fueron muchísimos- . Cuando se acerca el final de nuestras vidas, cuando nos decidimos a tirar de la manta, lo hacemos no como signo de amenaza, como para poner al descubierto historias rocambolescas y ocultas durante mucho tiempo, lo hago con el sano propósito de hacer aparecer a unos seres sencillos dentro de su grandeza y que me hubiera gustado volver a ver.
Como dejó dicho Machado en su famoso poema a la muerte de Leonor: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería./ Oye otra vez, Dios mío, al corazón clamar./ Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía./ Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”. Es nostalgia de Dios.
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