Publ. en Información Jerez" edn Marzo de 2002.
Algunas veces pienso si, en verdad, cualquier tiempo pasado fue mejor. Creo que no, al menos para los de mi generación, bien entendido que examino la perspectiva en tono general y nunca particular; o sea, lo que para la gran mayoría fue penuria para una minoría todo un placer. Nunca entendí, ni entiendo aún, como pudo ser feliz el que más tuvo y, menos aún, como pudo disfrutar de sus riquezas entre tantas miserias. Ahora comprendo cómo algunos descargaban su conciencia en los cepillos de las iglesias. Pobres idiotas, a Dios no se puede sobornar; a quienes intentan representarlo en la Tierra, posiblemente sí: son humanos.
De vez en cuando es conveniente acercar al presente asuntos y comportamientos vividos en la niñez y juventud (ya lejanas) para que, al menos, con nuestra aportación y testimonio, prevenir para que las irreflexiones del pasado no se repitan en un futuro, De una forma personal, ahora que tengo tiempo suficiente para casi todo, cuando recurro a aquella época, pienso que estoy observando a alguien que conoce las respuestas a muchas, si no todas, las incógnitas que hoy se plantean; aunque sé que aquel niño fue un sujeto cuya cultura le hizo superficialmente distinto al que es hoy. Lo único que pudo hacerme distinto, que hacía que el ayer y el hoy carecieran de importancia, fueron los brazos de una mujer. En eso, tan solo, se diferencia el adolescente de la dictadura y el hombre, ya práctico y hecho, de la democracia. Tal vez nos separen algunos conceptos dogmáticos, más postrados que hundidos, como consecuencia del mal ejemplo de una sociedad de libertades mal entendidas y, por ello, mal practicadas.
Creo, insisto, que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Hay cientos de motivos y razones para pensar que es así, entre ellos puede estar alcanzar la mayoría de edad mucho más joven que antaño, conocer más pronto todo lo relacionado con la práctica del sexo, acceder más fácilmente a estudios universitarios, igualdad entre géneros, moneda única y mercado común europeo, libertad de pensamiento e ideología política y, como consecuencia, facultad para elegir con tu voto a aquellos que crees más idóneos para que nos administren y gobiernen. En fin, se vive un mundo totalmente distinto y, sobre todo mi generación, la del 34, que fuimos encauzados socialmente de una manera borreguil, es la que más acusa estas diferencias y, por ello, siempre es más reacia con determinada opción política.
Han pasado ya muchos años, los comportamientos son radicalmente distintos, incluso el arriba firmante puede escribir hoy lo que ayer jamás pudo, y los políticos hacer un trabajo parlamentario jamás soñado. Aunque, eso sí, cuando se producen las mayorías absolutas, en cuantas ocasiones ocurre, nos joden vivos, no son buenas; hay que entender que el hombre, como la cabra, tira al monte. Pero eso, volvemos a lo mismo, afortunadamente en democracia dura cuatro años, en dictadura todo lo que dure el dictador. Un demócrata que esté gobernando veinte años jamás podrá tachársele de dictador. Las urnas obran el milagro.
Es extraordinario, me quedo para siempre con esta época que me ha tocado vivir ya, posiblemente, en los últimos años de mi vida. Cuando se llega a una determinada edad todos los años que uno vaya cumpliendo son cominitos que Dios me va dando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario