jueves, 21 de enero de 2010

Primo de Rivera, nuestro General.

Publ. en "Información Jerez" en Julio de 2004.


Experimento una sensación poco grata -cuando menos desconcertante- en cuanto a si se debe o no de reinstalar el monumento al General Primo de Rivera en el lugar habitual de su enclave. Me da la impresión que los impulsores de esta demanda no han tenido el más mínimo eco favorable de apoyo por parte de la ciudadanía, partidos políticos, y administraciones. A pesar de todo al arriba firmante el tema se la trae al fresco, entre otras razones porque entiendo que a estas alturas –después de aproximadamente setenta y tantos años- pueda existir ninguna justificación que acredite el oportunismo para quitarnos de en medio algo tan nuestro; tan de los jerezanos.
Las heridas que pudieran existir, caso de que las hubiere, están más que olvidadas, relegadas, y postergadas. Otras heridas más cercanas en el tiempo a pesar de la gravedad que en su momento infringieron son hoy –afortunadamente- cicatrices, solo huellas, que al observarlas nos permiten perdonar; aunque nunca olvidar. El monumento al General Primo de Rivera no rememora ni aplaude una dictadura, más bien a un jerezano que dentro del contexto de una época, y tal como él lo entendía, creyó salvar a España.
Está claro que Don Miguel Primo de Rivera fue un dictador. Todo aquel, ya sea civil o militar que accede a un mandato de gobierno que no sea la línea sucesoria en una monarquía o aquella otra que establece un régimen democrático, es ilegal. Por tanto Primo de Rivera lo fue. Pero esto debe de enmarcarse en un tejido, entretejerse más bien, hilando de un ovillo donde no solo incluya los años que duró la dictadura; que no fueron tantos, ni sus consecuencias que fueron –como la mas grave- privarnos de libertad.
Como militar tras su campaña en Marruecos siendo aún muy joven ganó la Laureada de San Fernando logrando su primer ascenso a capitán. Consiguió el grado de comandante por su trayectoria en Cuba como ayudante del General Martínez Campos. Su paseo, si así puede llamársele, por los restos del Imperio español –Cuba, Filipinas…- hace ponerse en contacto con casi todas las circunstancias que van a influir en el 98 español.
Si al segundo marqués de Estella cabe adjuntarle el adjetivo de africanista es más por los hechos que por las propias ideas que tenía al respecto. Tuvo problemas por expresar públicamente esto. La primera fue en el año 1917 con motivo de ser recibido por la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz. Allí dijo: “Marruecos ni parte alguna de África es España misma; la generosa y abundante sangre derramada en África no podrá tener nunca justificación más honda y más útil que la de habernos puesto en posesión de algo que sirva para recuperar Gibraltar”. En 1921 en el transcurso de las discusiones en el Parlamento sobre la tragedia de Annual insistió una vez más en sus posturas “abandonistas”: “yo estimo, desde un punto de vista estratégico, que un soldado español más allá del estrecho, es perjudicial para España”. Quien se expresa así, máxime en el contexto de la época, más bien habría que catalogarlo como un hombre pacifista muy adelantado al momento que le tocó vivir.
Por todo esto y muchas otras cosas, que por falta de espacio no puedo desarrollar en esta columna, creo evidente e innecesario gastar más saliva y tinta en la defensa de que el monumento al General Primo de Rivera siga, tras las obras del Arenal, en el sitio en que estaba. Cualquier otra decisión que no sea ésta será respetada por el arriba firmante pero jamás aceptada ni compartida.

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