Publicado en "Información Jerez" en Diciembre de 2002
Antes; quiero decir hace treinta o cuarenta años, cuando alguien se casaba “era para toda la vida”. Pero los que hoy obran y piensan así son una especie en peligro de extinción, como el lince o el buitre leonado. Estamos en una sociedad en la que el divorcio es el pan nuestro de cada día. No sé que pasa, aunque lo imagino, conozco parejas que un buen día decidieron unir sus vidas sin estar casados, ni por la Iglesia ni por lo Civil- que a juzgar de muchos es el matrimonio “verdadero”- ustedes saben, cuestión económica, consiguieron el primer empleo con treinta y tantos años y ya no había ocasión material para andar perdiendo más tiempo con monsergas ni coñas ceremoniosas. Bueno, pues este tipo de pareja viven unidos sin problemas de ningún tipo hasta tanto un buen día deciden regular o normalizar su situación; o sea, se casan. El matrimonio dura, como mucho, dos años, tras los cuales deciden separarse y empiezan a ser sólo buenos amigos como personas, dicen, civilizadas que son. Los hijos empiezan a sufrir las consecuencias.
Puede que exista algún tipo de “pegamento” para tener unidas a las parejas de hecho. Una de esas causas es que son tan buenos amigos como amantes. No quiero polemizar en torno al matrimonio eclesiástico porque las directrices que lo rigen son tajantes y no contemplan, prácticamente, situaciones aceptables para romper el matrimonio: Hasta que la muerte nos separe. Mientras tanto, solo la fe será quién garantice a perpetuidad un matrimonio maltrecho. Con Franco si la mujer, o el hombre, (que era lo más fácil que ocurriera) era infiel al cónyuge, y si ambos tenían una situación social de cierta relevancia, era matrimonio condenado (para no dar el “escándalo”) a seguir viviendo bajo el mismo techo hasta que “la muerte los separara”. Si alguien preguntaba si la mujer le engañaba la contestación podía ser –Muuuuu, murmuraciones de la gente. Así toda una vida.
Ahora me explico por qué existen tantos divorcios de cierta parte para acá. Ocurría que las infidelidades antaño no salían a luz pública y como el binomio Iglesia-Estado fue, igualmente, indisoluble, llegó el momento que solo la muerte lo separó. Ahora, por lo que se ve, no son los santos los que obran ya los milagros; la Iglesia no quiere tan siquiera oír hablar de nuevas maravillas. En el tiempo presente los hace la democracia; sus leyes, la pluralidad política y religiosa, las libertades y hasta el vertido del “Prestige”, que se va a cargar a Aznar; como si el pobre hombre tuviera la culpa de que el capitán del petrolero, fuera un mamonazo.
Lo verdadero es que no hay prácticamente analfabetismo, que todos los ciudadanos optan a la sanidad pública, hay acceso a los estudios universitarios, cuando rompe un matrimonio ambos cónyuges rehacen sus vidas, está en vía de solución el problema de las mujeres maltratadas. En el anterior régimen político no se denunciaban las violaciones, si se hacían era con cierto temor ¡¡¡Me han violado!!! - ¿Contra su voluntad? Al ver la cara del comisario contestaban ¡No, contra la pared!
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