Publ. "Información Jerez" Setiembre de 2002
Eran tiempos difíciles, si por dificultoso se entiende no tener que comer, no tener ropa de abrigo en invierno, ni poder alimentar tu cerebro de aquellos conocimientos básicos para no ser un analfabeto. Era época de escasez en todos los aspectos, aún básicos, lo único que se poseía era una ignorancia total y absoluta. Por no saber no se sabía hacer la “o” con un canuto, ni una digestión que no trajera consigo algún que otro transtorno intestinal. A pesar de esto aquella generación, los que aún viven de ella, es fuerte, inmunizada, y aunque se desenvolvió por la vida con muchas dificultades logró avanzar socialmente de forma progresiva. La democracia les facilitó compensaciones de todo tipo.
Me crié, lo he dicho ya muchas veces, en el barrio de Santiago, concretamente en la calle Juan de Torres. Tuve mucho contacto con los gitanos de aquel entorno que, por aquella época, eran muchos. Existía una convivencia entre unos y otros bastante aceptable, aunque nunca faltaron sus más y sus menos. Como por aquél entonces en las casas de vecinos las cocinas eran comunitarias, así como también el agua potable, y los servicios, en alguna ocasión se perdía gran parte del puchero o de la berza que cocinaba la vecina. Era motivo, más que sobrado, para unas desavenencias que finalizaban en el puesto de socorro del Hospital de Santa Isabel. Esto solía sucederle tanto a los payos como a los gitanos, era igual, quiero decir que no era cuestión de etnias ni razas, ni de más o menos educación, era sencillamente cuestión de que el hambre era, es y será muy mala. Había que medio llenar el estomago como fuese..
Algunos de aquellos gitanos hoy son personas muy cultas, al menos en la actividad que desarrollan, incluso hay quien tiene el tratamiento de Ilustrísimo Señor. Son maestros de la guitarra flamenca, maestros de música, de piano, poetas, escritores, médicos y grandes cantaores del cante denominado “jondo”, que si has vivido junto a ellos, lo comprende y te come las entrañas, que habla casi siempre del infortunio y de las dificultades que sufrió la “probe mi mare”, matriarca; luchadora incansable, proveedora de todo lo material e inmaterial en pro y beneficio de los suyos. El cante flamenco es un estado del alma. En Andalucía –como dijo Kemp- se vive el arte, en Estados Unidos o en Inglaterra se cuelga en las paredes. Es la gran diferencia.
He estado todas las noches pasadas muy pendiente del flamenco que tan brillantemente nos brindó Onda Jerez TV y Radio. Bien que me hubiera gustado haberlo presenciado in situ. Pero, aparte que no lo hubiera visto con el lujo de detalles ofrecido por el ojo de la cámara, ni ese otro nacido del comentario de Pepe Marín -por su perfecto castellano más parece nacido en Valladolid que en Málaga- mi edad no me habría permitido tanta comodidad; que agradezco profusamente a mi Delegada de Cultura María Ángeles Gómez Bernal.. Me imagino que el decano y maestro de locutores, Pepe Marín, para estas ocasiones tendrá que “reaprender” el “castellano andalú” ¿Quién lo diría hace 30 años, verdad Pepe?
Pues bien, he visto en el escenario, o entre el público, a muchos de aquellos gitanitos de alpargatas, entonces encuchimichaos, con dos velas de mocos y un corte de pelo a lo “Roberto Carlos” (entonces inexistente) más por aseo personal que por snobismo circunstancial. Los vi y me causaron tanta alegría, infinita alegría, verlos tan joviales, a pesar de la edad, tan lustrosos, tan elegantes, tan patriarcales con toda su descendencia, o gran parte de ella,tras de sí, desarrollando su arte, que me hizo recordar aquellos viejos tiempos de tabancos y tabernas, de limosneo itinerante, que a cambio de casi de nada con lágrimas en los ojos malvivían de su arte. Hoy, gracias a Dios, es distinto. Los gitanos consiguieron el éxito, que puede ser fácil lograr, lo difícil es merecerlo. Mis amigos los gitanos de Jerez lo merecen.
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